En
el año 1803 la Corona española idea una expedición a tierras
americanas que el mismo Alexander von Humboldt calificó como el
viaje “más memorable de los anales de la historia”. Se trataba
de llevar la recién descubierta vacuna contra la viruela a toda la
población americana. Al frente del equipo de facultativos estaba el
médico de Cámara del Rey, Francisco Javier Balmis Berenguer. El
puerto de partida era A Coruña.
La
idea para llevar la vacuna era sencilla, e ingeniosa. El grupo de
facultativos lo compondría entre doce y quince personas. Con ellos
irían entre veinte y veinticinco niños, de ocho a diez años, que
durante el viaje se irían inoculando sucesivamente el “pus
vacuno”. Se garantizaba así que llegara fresco. Una vez en tierras
americanas se haría la operación de brazo a brazo entre la
población de las colonias.
La
expedición necesitaba cobertura logística en el puerto coruñés.
La búsqueda del barco adecuado, el nombramiento de capitán, el
contrato de la tripulación y el avituallamiento del buque se
resuelven aquí. De todo se encargaba el Comandante Militar de Marina
y Juez de Arribadas de Indias, Ignacio María Alcíbar.
Se
trataba de conseguir un buque mercante “bien acondicionado, de buen
andar, con gente experta y de unas doscientas cincuenta toneladas”.
El Comandante militar pide ofertas a los comerciantes coruñeses.
Recibe dos, una de José Becerra, armador de la fragata Sliph, y otra
de Manuel Tabanera, armador de la corbeta María Pita.
Las
condiciones económicas propuestas son inaceptables para la
administración. El coste del fletamento era superior al valor de los
buques. Se vuelve a pedir nuevas ofertas y vuelve Manuel Tabanera a
presentar la suya, ahora mejorada. Tras consultar con expertos en
navegación y al propio Balmis, Ignacio Alcíbar se decanta por la
corbeta María Pita.
El
contrato se firma el día ocho de octubre. En él se establece que el
barco debe estar dispuesto para hacerse a la vela el día 1 de
noviembre. El destino final de la expedición es el puerto de La
Habana haciendo dos escalas, una en las islas Canarias y otra en
Puerto Rico. El coste del flete se eleva a mil cuatrocientos pesos
fuertes al mes y la duración será de cuatro meses. Cualquier
incremento de tiempo en cada escala, nuevas escalas o cualquier otra
incidencia será costeada por la administración.
En
el acuerdo firmado también se habla de la manutención del pasaje.
Se establecen tres categorías. En la primera, hasta cinco personas,
el costo será de cien pesos fuertes al mes; en la segunda, hasta
siete personas, de noventa y la tercera, entre veinte y veinticuatro
niños, cincuenta pesos mensuales. El armador se compromete a
faciltar “almuerzos, refrescos y cenas”. En la primera categoría
una olla, dos o tres primeros platos y tres postres con vino y pan
fresco. La segunda categoría tendrá un primero y un postre menos. A
la tercera categoría se le facilitará un buen cocido, “y alguna
cosa más a ciertos niños enfermos”.
Pese
a las condiciones firmadas, en la que Blamis actúa de testigo, la
expedición retrasa su salida. Aún es el veinte de noviembre cuando
el armador otorga todo su poder al capitán del María Pita, Pedro
del Barco. Él será quien dirija el viaje por mar y, ante cualquier
incidencia, negociación o decisión actuará como si se tratara del
armador.
La
tripulación se contrata el veintinueve de noviembre. Las condiciones
de contrato del capitán, Pedro del Barco, del segundo piloto, Pedro
Martín de Llana, y del contramaestre, José Pozo, se hace en
documento aparte. Ahora se contrata al resto de la tripulación. Son
el guardián José Alburo, el carpintero Vicente Aldao, el cocinero y
segundo cocinero Gregorio García y Francisco del Barco, y el
mayordomo José Mosquera. Sus salarios rondan los veinticinco pesos
fuertes al mes.
Como
marineros se contratan siete personas con un salario de diez pesos.
Son Andrés Pozo, Antonio Ortega, José Lorenzo, José Chousiño,
Rosendo Anido, Álvaro Pozo y Francisco Lerena. Con el mismo salario
se contratan hasta nueve matriculados: José Fontán, Manuel
Castiñeira, José Noguerol, José Cortés, Andrés Doriga, Francisco
Villaverde, Francisco Barón, Antonio Vellón y Andrés Andrade. Ya
por último, el contrato se extiende a tres pajes, con salario de
seis ducados: José Morás, Fernando Fariña e Ildefonso Pozo.
El
armador, aparte de las condiciones económicas, se compromete a
facilitar asistencia sanitaria, con ingreso hospitalario incluido, si
fuese necesario. Mientras estuviese hospitalizado cualquiera
percibirá su salario, siempre que la enfermedad “no sea por gustos
y pasatiempos voluntarios, o de mujeres”. Los compromisos no
económicos iban más allá. Toda la tripulación se compromete a
obedecer al capitán y este a actuar como árbitro ante calquier
indisciplina.
Si
algún miembro de la marinería falleciese, el capitán traerá a la
vuelta el documento que acredite la causa de su muerte. Por su parte,
el armador se compromete a facilitar un número suficiente de rancho
de buena calidad, eso sí sin obligarse a facilitar vino.
Es
al día siguiente, el día treinta, cuando parte la expedición en la
María Pita. Son nueve personas que forman el equipo médico, Balmis
e Isabel Zendán incluídos. El número de niños portadores de la
vacuna llega a veintidós, la mayoría procedentes del Hospital de
Caridad de A Coruña. El número de tripulantes se eleva a veintiocho
marineros. Un total de cincuenta y nueve personas son las que
emprenden un viaje que aún tardará seis meses en llegar a La
Habana.
M. Abuín Duro
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